
por Marcelo López Álvarez
El Gobierno, atrapado en la lógica de un calendario electoral que impone dos paradas inmediatas -una este domingo y otra en poco más de un mes-, decidió sacrificar uno de sus principios fundacionales: la libre flotación del dólar. Lo que hasta hace poco era presentado como dogma, incluso con gestos teatrales en transmisiones digitales, quedó sepultado bajo la presión de los mercados y la urgencia de sostener el humor social.
La confirmación de que el Tesoro intervendrá directamente en el mercado de cambios, utilizando dólares acumulados por el superávit fiscal, marca un punto de inflexión. Y lo hace de manera casi clandestina: no fue el ministro de Economía, Luis Caputo, quien cargó con la responsabilidad de oficializar la medida, sino su subordinado, el subsecretario de Finanzas Pablo Quirno. Un funcionario que, con singular oportunismo, se dejó ver en ámbitos empresarios insinuando su disponibilidad para reemplazar a Caputo si la tormenta política y judicial que rodea al oficialismo obliga a renovar piezas clave del equipo económico.
El contexto es alarmante: riesgo país rozando los 900 puntos, bonos argentinos en rojo, actividad económica en caída libre y una recesión que se profundiza tras casi dos años de ajuste severo. No hay señales de confianza. Por eso, lo que se presenta como “defensa del orden cambiario” es interpretado en la City como un manotazo de corto plazo: un intento de estirar la mecha hasta el domingo, sin un plan que dé respuestas más allá de la coyuntura inmediata.
La improvisación tiene ecos de ficción. Desde la Casa Rosada se filtraron versiones que rozan la teoría conspirativa: funcionarios que atribuyen la desestabilización cambiaria a un banco “ni europeo, ni argentino, ni americano”, vinculándolo con operaciones de espionaje ilegal y con las turbulencias legislativas recientes. Una mezcla explosiva de relato y sospechas que poco contribuye a la previsibilidad.
En apenas veinte meses, el oficialismo transitó un recorrido errático: primero prometió una flotación plena, luego implementó un crawling peg, ensayó bandas cambiarias, intervino en futuros, subió tasas a niveles prohibitivos y ahora quema dólares del Tesoro. Según estimaciones privadas, los fondos disponibles rondan los 1.650 millones de dólares, que estaban destinados a afrontar vencimientos de deuda en enero. Solo ayer se sacrificaron más de 130 millones de dólares para obtener un respiro efímero en la cotización.
El dilema es evidente: cada dólar que hoy se destina a contener el mercado cambiario es un dólar menos para pagar la deuda externa. Y con vencimientos que superan los 4.000 millones de dólares en el arranque de 2026, el margen se achica peligrosamente.
El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), presentado como garantía de estabilidad, lejos estuvo de despejar las dudas. Desde su firma, el riesgo país subió más de 300 puntos, confirmando que los inversores internacionales mantienen a la Argentina fuera de su radar. Las únicas divisas frescas surgen del ajuste interno y de la venta de reservas. Un círculo vicioso que profundiza la recesión y erosiona la base política del Gobierno.
El plan libertario, concebido como un camino hacia la ortodoxia, choca de frente con la realidad: la necesidad de intervenir, la dependencia de recursos fiscales y la falta de confianza externa.
El dólar una vez más toma protagonismo electoral (Imagen generada con IA)
El oficialismo no disimula el objetivo político. Con la campaña en marcha, lo central es evitar una corrida cambiaria que arrase con las chances de octubre. El dólar se transformó en el termómetro de la estabilidad y en el símbolo de un Gobierno que mide su supervivencia en función de una cotización diaria.
Pero la pregunta es ineludible: ¿qué ocurrirá después de las elecciones? Entre septiembre y diciembre vencen 20 billones de pesos en títulos indexados, y en enero asoma un compromiso ineludible con organismos internacionales. Sin crédito externo, con reservas agotadas y con un mercado interno exhausto, el margen de maniobra es casi inexistente.
La economía argentina enfrenta un dilema que no admite atajos: necesita crecimiento para honrar sus compromisos, pero el programa elegido -basado en el ajuste y en la contracción- bloquea cualquier posibilidad de expansión. El operativo de contención podrá quizás evitar un salto cambiario inmediato, pero no resuelve la pregunta de fondo: ¿está el país encaminado a una salida ordenada o se dirige, después de octubre, hacia un escenario en el que devaluación y default aparecen como amenazas simultánea