
por Marcelo López Álvarez
El mensaje de Bessent en la red X fue claro: “Estamos listos para comprar bonos argentinos en dólares y lo haremos según las condiciones lo exijan. Además, estamos negociando actualmente con las autoridades argentinas una línea swap de USD 20.000 millones con el Banco Central. Trabajamos en estrecha coordinación con el gobierno argentino para evitar una volatilidad excesiva”. La afirmación, celebrada por los funcionarios, incluyó sin embargo un costado inquietante: la enumeración de medidas de política económica que exceden el mero auxilio financiero.
Yesterday, @POTUS and I spoke extensively with President @JMilei and his senior team in New York. As President Trump has stated, we stand ready to do what is needed to support Argentina and the Argentine people.
— Treasury Secretary Scott Bessent (@SecScottBessent) September 24, 2025
Under President Milei, Argentina has taken important strides… https://t.co/TlzvkbNxII
Según detalló el propio Bessent, la asistencia estadounidense se articula a través de múltiples mecanismos: un crédito stand-by con el Fondo de Estabilización Cambiaria, la compra de deuda en mercados primarios y secundarios y un control más estricto sobre beneficios fiscales a exportadores. Pero no se trata solo de instrumentos técnicos. Entre las líneas del comunicado se deslizan exigencias directas: la eliminación definitiva de retenciones, la emisión de un bono especial para Estados Unidos y la orientación de la política de atracción de inversiones bajo parámetros norteamericanos.
En otras palabras, el acuerdo no se limita a proveer liquidez: dicta condiciones de política interna que impactan sobre la recaudación, la estrategia de desarrollo y el perfil productivo del país.
La magnitud del involucramiento estadounidense en la vida institucional argentina es inédita desde el retorno democrático. La confirmación de la ayuda se produce en vísperas de las elecciones legislativas del 26 de octubre, en un contexto de fragilidad política y de un oficialismo que necesita exhibir logros inmediatos. Bessent fue explícito: “Argentina dispone de herramientas para enfrentar a los especuladores, incluyendo a quienes buscan desestabilizar los mercados por motivos políticos”. La frase puede leerse como respaldo, pero también como advertencia.
Fuentes diplomáticas en Nueva York y Washington señalan que el paquete de asistencia financiera se encuentra condicionado a un alineamiento geopolítico profundo con Estados Unidos en áreas estratégicas: desde la tecnología 5G hasta la explotación de minerales críticos, pasando por hidroeléctricas, energía y recursos naturales. Incluso circuló la versión de una hipotética base militar estadounidense en territorio argentino, desmentida de inmediato por el ministro de Defensa y candidato a diputado Luis Petri. La mera posibilidad de semejante instalación refleja la intensidad del tutelaje.
La comitiva argentina con Donald Trump
Uno de los objetivos centrales de Washington es desplazar a China de sectores estratégicos en la Argentina. En la lista de proyectos bajo revisión figuran la central nuclear Atucha III, el Radiotelescopio Chino-Argentino en San Juan, las represas hidroeléctricas de Santa Cruz y la explotación de litio, cobre y tierras raras en la Cordillera. Para Estados Unidos, la presencia de Beijing en estas áreas constituye un riesgo de seguridad y un obstáculo para su hegemonía regional.
En los hechos, lo que se negocia no es solo dinero: es la reorientación de la inserción internacional argentina, que de consolidarse implicaría renunciar a la política de diversificación de socios estratégicos impulsada en los últimos años.
La paradoja del salvataje estadounidense es que llega en medio de un ajuste fiscal sin precedentes aplicado por el propio gobierno de Milei. El oficialismo exhibe como bandera el superávit primario, alcanzado a costa de una fuerte reducción de jubilaciones, programas de salud, investigación científica, obra pública y transferencias a las provincias. Este esquema, lejos de dinamizar la economía, se tradujo en caída del consumo interno, recesión y atraso salarial, factores que erosionan la legitimidad social del plan.
El apoyo financiero externo aparece entonces como la muleta necesaria para sostener un modelo que no logra generar estabilidad por sí mismo.
El riesgo país, que ronda los 1.000 puntos básicos, marca la desconfianza persistente de los mercados. Aunque la deuda pública como porcentaje del PBI se ubica por debajo de la mitad del producto —un nivel manejable en términos históricos—, la clave está en los vencimientos acumulados que podrían superar los USD 34.000 millones en el mandato.
El Banco Central, limitado en su capacidad de acumulación de reservas debido al esquema de bandas cambiarias y control del tipo de cambio, se encuentra sin herramientas suficientes para enfrentar una nueva corrida. De allí que la intervención estadounidense se presente como un seguro externo ante la presión cambiaria, aunque su contracara sea la cesión de autonomía en materia de política económica.
El respaldo de Washington a Milei trasciende lo económico. Se trata de un gesto político que busca consolidar a la Argentina como aliado estratégico de la administración Trump en América Latina. Bessent lo expresó sin rodeos: el plan económico del gobierno argentino cuenta con la confianza de Trump y, tras las elecciones, se trabajará en el pago de las principales obligaciones externas.
En este escenario, el apoyo no puede desvincularse de la campaña electoral. El oficialismo intenta capitalizarlo como garantía de gobernabilidad, mientras que la oposición advierte sobre los riesgos de hipotecar el futuro a cambio de un respiro financiero de corto plazo.
Lejos de un acuerdo sin condicionamientos, como sostiene el jefe de Gabinete Guillermo Francos, lo que emerge es un pacto asimétrico que coloca a la Argentina bajo la tutela de Washington. La supuesta ayuda trae aparejadas exigencias que alcanzan desde la política tributaria hasta la estrategia energética, pasando por decisiones de política exterior que comprometen la soberanía.
La conclusión inevitable es que el salvataje estadounidense no es neutro. Constituye una apuesta de Milei por anclar su programa económico en el respaldo de Trump, aun al precio de aceptar un tutelaje que compromete la capacidad de decisión del país. La pregunta es si este pacto traerá la estabilidad prometida o si, por el contrario, inaugura una etapa de nueva dependencia y vulnerabilidad estructural para la Argentina.