por Marcelo López Álvarez
En este arranque de semana proponemos analizar el pulso del país durante las dos semanas cruciales que transitamos después al triunfo electoral del partido de Javier Milei, el pasado 26 de octubre de 2025.
Un breve lapso -apenas hasta principios de noviembre- que, sin embargo, ha revelado una contradicción muy profunda:
Mientras los mercados internacionales festejan y anticipan un futuro ideal, la economía doméstica, la que se vive en los bolsillos y en el supermercado, muestra signos de malestar creciente.
El resultado contundente de la elección le otorgó al gobierno lo que muchos analistas llamaron un “tiempo extra”.
La sociedad, en su mayoría, expresó una preferencia clara por la estabilidad cambiaria e inflacionaria, “al costo que sea”.
Incluso, en el plano internacional, esa sensación se reforzó con una especie de “presión” proveniente de Estados Unidos, que condicionó su apoyo financiero.
Desde el 27 de octubre, los mercados financieros reanclaron sus expectativas: subieron las acciones del Merval, mejoraron los títulos públicos y bajó el riesgo país.
El mercado comenzó a “poner precio” a un escenario ideal: crecimiento, rebaja impositiva y aumentos de productividad.
El 29 de octubre, el Banco Central presentó su plan para acumular reservas y remonetizar la economía, lo que reforzó esa euforia.
A esto se sumó un hecho clave: el gobierno evitó un descalabro cambiario preelectoral gracias a apoyos financieros externos y a intervenciones internas.
Un empresario lo resumió de manera muy gráfica:
“Tenemos la garantía de un pariente con un gran respaldo en el exterior.
Los dólares de Estados Unidos, incluso sin salir del todo a la cancha, juegan fuerte”.

Sin embargo, la euforia financiera no se trasladó al frente cambiario.
Durante la primera semana poselectoral, el dólar mayorista siguió alto, muy cerca del techo de la banda cambiaria.
Esto generó dudas sobre la continuidad del esquema, al punto de que el propio presidente confirmó que se mantendrá hasta 2027.
La actual estrategia económica se apoya en el “carry trade”, es decir, en atraer capitales de corto plazo hasta que llegue la cosecha gruesa.
Pero esta política enfrenta presiones externas e internas.
Por un lado, el 7 de noviembre, Pramol Dhawan, director del fondo PIMCO, lanzó una advertencia directa:
“Aconsejo encarecidamente que dejen flotar libremente su moneda.
Inversores extranjeros como nosotros no invertiremos con estos niveles de divisa. Punto final”.
Por otro lado, grandes empresarios y exportadores reclaman microdevaluaciones para corregir el tipo de cambio.
Aun así, el presidente Milei se niega a mover el dólar. Su lógica es simple:
“El dólar barato es previsibilidad, es inflación baja”.
Temiendo un rebrote inflacionario, el gobierno prefiere sostener la intervención cambiaria, incluso a costa de repetir el atraso cambiario que afectó a gestiones anteriores.
El problema es que esta estrategia no ha frenado la inflación.
Hoy los precios suben más rápido que el techo de la banda acordada con el FMI.
Los alimentos, en particular, aumentaron hasta un 7% en la primera semana de noviembre.
El índice “Changuito Federal” de Econviews registró 1,1% semanal en promedio, con subas fuertes en verduras y carnes.
Esto demuestra que el dólar sigue siendo un bien barato frente a costos internos que se disparan.
Este esfuerzo por contener el dólar se da en un contexto estructuralmente frágil.
En septiembre, la fuga de capitales alcanzó un máximo histórico de 6.890 millones de dólares, cifra financiada, en buena parte, con los 14.000 millones del FMI y los 5.000 millones del BID y el Banco Mundial.
Así, el país vuelve a un ciclo conocido: endeudamiento externo sin destino productivo, orientado más a garantizar retornos financieros que a fomentar inversión real.
Desde diciembre de 2023, la balanza comercial es superavitaria, pero ese superávit se esfuma en pagos de intereses y déficit turístico.
Ante esto, el gobierno ha decidido acelerar la venta de activos públicos para generar ingresos y pagar deuda.
Hidroeléctricas del Comahue: el 7 de noviembre se abrieron las licitaciones para que operadores privados las exploten durante 30 años.
Privatizaciones clave: AySA, Correo Argentino, ENARSA, Trenes Argentinos y Nucleoeléctrica Argentina (NASA) figuran en la lista.
En el caso de NASA, se venderá el 44% del capital accionario, a un valor que críticos califican de “precio vil”: la recaudación total prevista —unos 5.000 a 5.500 millones de dólares— sería inferior al costo de construir una sola obra como Atucha III, o a la fuga de capitales de septiembre.
En definitiva, se está liquidando patrimonio nacional para cubrir compromisos financieros de corto plazo.
En paralelo, el gobierno impulsa una reforma laboral regresiva, exigida por el FMI.
El objetivo: disciplinar la fuerza de trabajo y aumentar la rentabilidad empresarial.
El punto más polémico es el llamado “banco de horas”, que permite a las empresas extender los picos de trabajo y compensarlos luego con francos.
Esto licúa las horas extras, traslada el riesgo productivo al trabajador y vuelve imprevisible el tiempo laboral.
No se amplía formalmente la jornada, pero se debilita la negociación colectiva y la estabilidad social que ésta garantiza.
Podríamos decir que la situación post-electoral se parece a un barco con grandes velas, impulsado por el viento favorable de los mercados internacionales y el apoyo de Estados Unidos,
pero que lleva un lastre cada vez más pesado: la presión cambiaria y la inflación.
El gobierno sostiene un esquema de estabilidad cambiaria ficticia, un “dólar barato” que teme romper, mientras los precios internos avanzan sin control.
Y utiliza ese respiro financiero para avanzar rápidamente en privatizaciones y reformas estructurales.
Por eso, es fundamental que como ciudadanos comprendamos esta dualidad:
La fortaleza que el gobierno muestra ante Wall Street contrasta con la fragilidad que sufre el consumidor argentino en el supermercado.
La pregunta clave queda al alcance de la mano
¿Podrá ese respaldo externo sostener la estructura económica si la inflación y la presión devaluatoria terminan por quebrar la contención?