La dinámica de precios volvió a tensionar el cuadro macroeconómico argentino en noviembre, pese al ajuste fiscal, la apertura importadora y el estancamiento salarial que el Gobierno identifica como anclas antiinflacionarias. Lejos de desacelerarse, el Índice de Precios al Consumidor (IPC) avanzó 2,5 por ciento, alcanzando su nivel más alto desde abril y consolidando una tendencia que no cede desde mayo. La combinación entre tarifazos, aumentos en el transporte, el salto en alimentos y la presión de los costos en un mercado deprimido produjo un escenario poco compatible con la promesa oficial de una normalización rápida.
El dato difundido por el INDEC ratifica que la inflación acumulada en los primeros once meses del año llegó a 27,9 por ciento, mientras que la variación interanual se ubicó en 31,4 por ciento. La persistencia del fenómeno en plena recesión profundiza el carácter estructural del proceso, al tiempo que tensiona la estrategia gubernamental basada en la apertura comercial, la carga del ajuste sobre el consumo interno y la contención nominal de salarios.

Entre los rubros que impulsaron la suba, las tarifas volvieron a ocupar un lugar decisivo. Vivienda, agua, electricidad, gas y otros combustibles avanzaron 3,4 por ciento, seguido por Transporte (3 por ciento). El Gobierno sostuvo que la actualización de precios regulados es parte del ordenamiento macroeconómico, aunque el impacto sobre hogares y empresas deja secuelas visibles en consumo, producción y capacidad de pago.
Los alimentos, con un incremento de 2,8 por ciento, se ubicaron por encima del promedio general. El dato es especialmente relevante porque contradice la apuesta oficial de que la apertura importadora y la estabilidad cambiaria permitirían contener el precio de los bienes básicos. La estructura de costos, el aumento en los combustibles, la presión logística y un mercado interno que no recupera volumen configuraron un círculo complejo para los productores del sector.
Los fabricantes remarcan que, aun con ventas deprimidas, debieron aumentar precios para sostener márgenes mínimos de rentabilidad. El comportamiento de la carne, con saltos que en algunos casos superaron el 6 por ciento según distintas regiones, fue determinante para explicar el avance del rubro alimentos. A ello se sumaron incrementos en frutas, verduras y productos frescos, cuya volatilidad estacional también empujó el promedio al alza.
En esta oportunidad, la composición inflacionaria jugó en contra de la metodología defendida por el Gobierno. La administración Milei se negó a actualizar la fórmula del IPC acordada con el Fondo Monetario Internacional, que pondera más los servicios que los bienes. Sin embargo, el rebrote de precios en productos esenciales terminó ampliando la medición en lugar de suavizarla. La estadística, que antes se beneficiaba coyunturalmente de la omisión relativa del peso de alimentos, pasó a reflejar una realidad menos favorable.
La comparación histórica también aporta una dimensión política relevante. Durante los años 2011 y 2015, cuando la economía crecía entre 2,9 y 10 por ciento según el período, la inflación anual se situaba entre 9,5 y 25 por ciento. Incluso en un contexto de tarifas congeladas y cuestionamientos al esquema de subsidios, las tensiones distributivas convivían con una expansión de la actividad. El presente, en cambio, combina más inflación con recesión, un binomio que erosiona ingresos, expectativas y capacidad de recuperación.
Las cifras del INDEC muestran una dispersión marcada según los sectores. Equipamiento y mantenimiento del hogar subió apenas 1,1 por ciento, mientras que prendas de vestir y calzado lo hicieron un 0,5 por ciento, influenciados por promociones, descuentos masivos y la incidencia del CyberMonday. Los precios regulados encabezaron el incremento general con 2,9 por ciento, seguidos por el IPC núcleo (2,6) y los productos estacionales (0,4).
El CEPA identificó que, dentro del rubro alimentos, las mayores subas se observaron en frutas, verduras, carnes y derivados. En el Gran Buenos Aires, los productos de consumo masivo con mayores ajustes fueron frutas y verduras, con un aumento promedio del 14 por ciento entre los cinco items más afectados, seguidos por carnes con un 9 por ciento promedio. Artículos de limpieza, higiene personal y alimentos procesados también mostraron incrementos significativos.

La carne protagonista de la inflación de noviembre
La región de Cuyo registró la mayor variación del mes, con 2,8 por ciento, seguida por el GBA y la región Pampeana (2,5 por ciento). El Noreste, Noroeste y Patagonia se ubicaron entre 2,3 y 2,4 por ciento. Las consultoras privadas, que habían proyectado una inflación entre 2,3 y 2,5 por ciento, confirmaron la tendencia sin desvíos significativos.
Para diciembre, los relevamientos de expectativas anticipan una leve desaceleración hacia el 2,1 por ciento, aunque con fuertes condicionantes: la dinámica tarifaria, la evolución del tipo de cambio, la presión de costos importados y la demanda estacional podrían alterar estos pronósticos. Con una economía deprimida, un salario real en retroceso y una política de ingresos orientada a la contención, la posibilidad de sostener un sendero de baja depende tanto del programa macroeconómico como de la capacidad del Gobierno de recomponer confianza.
A casi dos años de gestión, el oficialismo sostiene que la inflación alcanzó sus niveles más bajos en ocho años gracias al orden fiscal y monetario. Sin embargo, el deterioro del consumo y la persistencia de aumentos en bienes esenciales plantean dudas sobre la sostenibilidad del proceso. La economía transita una fase de ajuste que, si bien estabiliza algunas variables nominales, profundiza el impacto social y plantea desafíos significativos de cara al primer semestre de 2026.