por Redacción Mendoza Económico
El agro global avanza hacia 2026 con un cambio de paradigma impulsado por la tecnología, la eficiencia productiva y la necesidad de optimizar costos en un contexto de presión climática y mercados más exigentes. Para regiones como Mendoza -y Cuyo en general-, estas transformaciones no son opcionales: definen la competitividad futura.
Automatización, inteligencia artificial, agricultura de precisión y nuevas dinámicas de financiamiento agrícola ya están modificando la forma de producir, invertir y planificar en el sector.
La automatización agrícola dejó de ser una innovación experimental para convertirse en una herramienta estratégica. Tractores autónomos, robots de desmalezado y sistemas de pulverización inteligente ya operan en mercados desarrollados.
En Mendoza, esta tendencia responde a un problema estructural: la escasez de mano de obra rural y el aumento sostenido de los costos laborales. La incorporación de tecnología permite mantener niveles productivos estables y mejorar la previsibilidad operativa.
La agricultura de precisión se consolida como uno de los principales motores de eficiencia. Sensores, imágenes satelitales y análisis de datos permiten aplicar agua, fertilizantes y fitosanitarios de manera localizada.
Para una provincia donde el agua es el principal factor limitante, esta tecnología impacta directamente en la ecuación económica. La reducción del consumo hídrico, estimada entre 20% y 40%, se traduce en menores costos y mayor estabilidad productiva.

En la vitivinicultura y la fruticultura la producción sustentable ahora forma parte del negocio.
Las exigencias ambientales de los mercados internacionales incorporaron la sustentabilidad como un factor económico. La trazabilidad, el uso de bioinsumos y las prácticas regenerativas ya influyen en el acceso a mercados y en la valorización de los productos.
En la vitivinicultura y la fruticultura cuyana, producir de forma sustentable dejó de ser una elección y pasó a ser parte del negocio.
El mercado de maquinaria agrícola muestra una tendencia hacia la planificación anticipada, con menor disponibilidad inmediata y mayor necesidad de previsión.
En paralelo, crecen instrumentos como CRA, LCA y esquemas mixtos de financiamiento, que permiten sostener la inversión tecnológica en un contexto macroeconómico restrictivo.