
En una sorpresiva maniobra política, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció una pausa de 90 días en la implementación de una parte significativa de su plan arancelario recíproco, apenas horas después de que entrara en vigor. La decisión llegó tras una semana de fuertes caídas en los mercados financieros y ante la presión de influyentes líderes empresariales, legisladores y actores internacionales.
Entre quienes alertaron al presidente sobre los riesgos económicos se destacaron Jamie Dimon, CEO de JPMorgan Chase, y el secretario del Tesoro, Scott Bessent, quienes advirtieron que la política arancelaria podría empujar a la economía estadounidense hacia una recesión. Estas advertencias llevaron a Trump a recalibrar su postura de forma repentina.
A pesar del freno general a la política de aranceles, Trump incrementó los gravámenes a las importaciones chinas al 125%, como respuesta directa a las represalias de Pekín. La medida, mientras tanto, abrió una ventana diplomática para que otras naciones exploren acuerdos comerciales bilaterales con Estados Unidos.
Dentro del Congreso, la reacción fue dividida. Mientras algunos republicanos consideraron la decisión como una táctica estratégica que demuestra flexibilidad, otros cuestionaron la inconsistencia del proceso de toma de decisiones. Desde el sector demócrata, las críticas se centraron en la volatilidad de las políticas comerciales y en sospechas de uso de información privilegiada, dado el impacto inmediato en los mercados financieros.
El enfrentamiento con China no se limita a lo comercial. Días después de que Trump anunciara su intención de recuperar influencia sobre el Canal de Panamá, el fondo de inversión BlackRock comunicó la compra de puertos y la Terminal de Contenedores Colón a una empresa con sede en Hong Kong.
Sin embargo, la respuesta de las autoridades chinas fue inmediata: bloquearon la venta invocando razones de seguridad nacional e interés público. Aunque menos cubierto mediáticamente que los aranceles, este episodio revela el componente geopolítico y estratégico del conflicto entre ambas potencias. El mundo asiste no solo a una disputa económica, sino a un reordenamiento del poder global.
Donald Trump da marcha atrás con parte de su agresiva política arancelaria.
La reacción inmediata del mercado a la suspensión temporal de los aranceles fue claramente positiva. El índice S&P 500 subió un 9,5%, el Dow Jones aumentó un 7,9%, y el Nasdaq se disparó un 12,2%. Empresas tecnológicas como Nvidia registraron ganancias históricas, con un alza del 19% en su valoración bursátil.
No obstante, no todo fueron buenas noticias. En el mercado de bonos, tradicional refugio en tiempos de incertidumbre, se observaron señales de alerta: el dólar cayó y los rendimientos de los bonos del Tesoro aumentaron, lo que indica una pérdida de confianza en la estabilidad económica a largo plazo de Estados Unidos. Analistas atribuyen este fenómeno a la imprevisibilidad y al tono aislacionista de las políticas comerciales del gobierno estadounidense.
La comunidad internacional respondió de forma diversa. La Unión Europea celebró la decisión de Trump de pausar los aranceles y, como gesto recíproco, suspendió también su primera ronda de medidas de represalia por 90 días, con el objetivo de reanudar negociaciones.
En el plano económico, la banca de inversión Goldman Sachs ajustó a la baja sus pronósticos para China, estimando un crecimiento del PIB del 4% en 2025 y del 3,5% en 2026, debido a los efectos de los aranceles y la tensión comercial con Estados Unidos.
La rápida reversión de la medida arancelaria refleja el estilo de gobernar de Trump: lanzar políticas audaces y ajustarlas en función de las reacciones. Si bien la pausa alivió temporalmente las tensiones y otorgó margen para la diplomacia, persisten las dudas sobre la estabilidad y la previsibilidad de la política comercial estadounidense. Tanto en Wall Street como en las capitales extranjeras, la pregunta es la misma: ¿cuál será el próximo giro?